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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Conocerse es ser (2)

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¿Quién es el que se da cuenta de que “yo soy”? Éste, ese veedor del ser, no está tocado por la mente, es continua consciencia del ser siendo. Éste que se da cuenta, siempre de forma natural, siempre por el mero hecho de estar aquí y ahora, es la conciencia del mundo en nosotros, la visión de los sentidos, del habla, del pensar, del no-pensar. Todo transcurre tras el reflejo de la consciencia, testigos de su transcurso. Ella no hace, sólo ve, ella es completa, todo aparece y se muda en la pantalla infinita, permanente de la conciencia: pero nada forma parte esencial de ella, aunque sólo por ella todo acontece. Aquel que se da cuenta no puede ser señalado, no puede ser buscado, ¿cómo buscar al buscador, si él mismo es lo buscado? Así pues, darse cuenta del que se da cuenta implica el conocimiento de todo lo que es necesario ser conocido: la conciencia de que soy.

Conocerse es ser (1)

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Conocerse a uno mismo implica abandonar la imagen que uno tiene de sí, pues no somos una idea mental, no somos una representación ilusoria a nivel psicológico. Conocerse a uno mismo supone dejar de lado toda identificación, entrando de lleno en la tierra pura y trascendental de la esencia no-condicionada y no-definida (pues todo lo definido queda condicionado por su definición). Lo que somos no puede ser nombrado por la mente, pero puede advertirse al contemplar que no somos la mente. En esa contemplación un espacio amplísimo se abre, más allá de cualquier intento de conocer, en la mera estancia atenta de la no-mente, del silencio.

La puerta hacia ti

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Todos los problemas son del ego. Vienen al identificarse con ellos, al pensar que esos problemas nos pertenecen. Pero, ¿quién es el que se identifica? Si indagamos en ello, descubrimos que no hay nadie allí, que el ego se llama a sí mismo, pero no hay nadie que lo llame. Viendo que todo aquello que llega no es nuestro, que son solamente fenómenos cambiantes y sin sustancia alguna, la libertad empieza a tener lugar. Una libertad que se experimenta al dejarse ser, al soltar los lazos de la búsqueda de identidad y de sentido. Abandonar la búsqueda supone la resolución natural del comprender que ésta no puede ser un deseo de ganar algo, de poseer una verdad, sino, al contrario, el hallazgo de la profunda liberación de la necesidad de adquirir algo para ser. Al perder todo lo que es del ego, ganamos todo lo que verdaderamente es. Esta ganancia, y no es paradoja, sucede en el despojamiento. Toda necesidad de adquisición, es el ego. Saber que no hay nada que ganar o perder, que somos siempr

Ya vives en el paraíso

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Este instante es tu morada. Si buscas el paraíso, míralo aquí, en este preciso momento. No puede estar en otro lugar, no es un concepto, ni una idea, ni una visión proyectada. El único espacio que representa el paraíso vive en tu corazón, late contigo en el ahora. Este instante de búsqueda es también el final de la misma, este instante significa completamente el lugar del hallazgo, la entrada perpetua al espacio interior, real y visible, de tu paraíso más certero: la conciencia. Darse cuenta de que hay un buscador que desea llegar a la meta suprema, a la iluminación, a la liberación de todo sufrimiento, es darse cuenta de la esencia misma del ego (o, mejor dicho, de su falta de esencia propia: siempre cambiante, impermanente), es darse cuenta de que hay una mente llena de energía indagando continuamente para sí, buscándose, llamándose; y por encima de ella, de la mente, del ego limitador, estás Tú, la esencia real e infinita de todo, el testigo puro y silente, que observa la manifestac

La experiencia de ser

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“Una experiencia que se inspira en el tiempo, que tiene continuidad, deja de ser una experiencia”, apuntó Krishnamurti en su diario. Toda experiencia es un suceder, ocurre cuando es y más allá de eso solamente queda la memoria de la experiencia, el aroma de lo vivido, pero la flor tuvo lugar en el ahora de su florecer, en su aroma apareciendo. Todo es experiencia, incluso la memoria, experiencia interior de imágenes y recuerdos, que atraviesa el centro de la impresión vital del tiempo en la rememoración. Sin embargo, en su proceder, la memoria deja de lado la experiencia directa y objetiva del presente y lo que está teniendo lugar frente a nosotros pasa como una nube en el cielo de la presencia. La experiencia que no es presenciada, que no se hace consciente, pasa invisible, sin sustancia. Perder eso, vivir en el tiempo, significa inspirarse en el reflejo de lo que es, en una ilusión. Darse cuenta de que uno es, es todo lo que hace falta para entrar en la vida desde su totalidad.

Lo que el ahora nos revela

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Algo nace en el ser, en lo más profundo, que revela todas las cosas. Cuando miramos dentro de nosotros, sin temor a lo que podamos encontrar (o sabiendo que no hay por qué evitar ese temor naciente), totalmente abiertos y receptivos a esa mirada sincera, se produce una conexión puramente esclarecedora, la conexión con lo que siempre fuimos, mediante el solo observar, sin interpretar o seleccionar lo que miramos, nada más que atentos a lo que pasa en nosotros en ese momento tan real que es el ahora. Pues lo real somos nosotros, ése que siempre ve, que siempre ha sido el veedor y que se descubre una y otra vez en el ahora como la misma cosa, intocada y sin tiempo. En el ahora, la vida ilimitada y pura del ser se confirma, se ve siendo, aparece, y nosotros en ella, de nosotros a ella, con ella, en un único suceso de ‘presencia’. Lo profundo en el ser puede revelarse en una especie de instante eterno, en una forma de espacio que no necesita del tiempo cuando hay la observación espiritual.

Presencia de lo que es

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Vivir es ser. Vivir de forma consciente es ser y no vivir de forma consciente también es ser. Todo es conciencia siempre. De modo que, ¿hay algo que pueda no estar bien? ¿Queda algo por alcanzar, algo que quede fuera de lo que es? La existencia es completa, el existir está siendo a cada momento, sin que precise de nosotros o de nuestra atención para que sea lo que es. Estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos o pensemos lo que pensemos, será siempre lo que es. ¿Dónde está entonces el problema? ¿Por qué deseamos adecuar las cosas a nosotros y a nuestros deseos? Aún así, la libertad es completa. La vida está siendo vivida tal y como ha de ser vivida, es decir, como es. Sólo la mente crea el conflicto, pero la mente tampoco es el conflicto, simplemente es algo que está ahí, como todo lo demás. Anhelar la liberación es otro conflicto de la mente, la ilusión de una cárcel que no es real, de unos muros que no existen, algo que nosotros llamamos 'muros' pero que igualmente podría

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