La conciencia libre eventualmente asume ciertos desafíos. Me refiero al conocimiento de lo nuevo, al momento en que todas las concepciones anteriores, esas verdades asentadas pasan a trasformarse, enriquecerse, integrarse con otras ideas que se instalan en la visión interior de las cosas. Aceptar lo que consideramos nos conviene, en beneficio nuestro y como herramienta para trabajar en el beneficio de los demás, es una virtud del criterio que también suele llamarse apertura, sabiduría o discernimiento. Comienza diciendo Aristóteles en su Metafísica que “todos los hombres se empeñan por naturaleza en conocer”. Y en ello estamos durante este camino de la vida. Conociendo lo que somos, lo que no somos, la verdad que palpita tras las apariencias. Observamos, desciframos, intuimos, valoramos, entendemos.
Meditación, conciencia y pensamiento
No necesitas pensar para respirar, para sentir, para escuchar el agua de la lluvia, para oler una flor, para amar. No necesitas pensar para contemplar un atardecer, para pasear por un bosque. No necesitas pensar para ser, para existir aquí y ahora, para escuchar el silencio que brota en la no mente. Cuando no hay pensamiento y respiras, no hay alguien que se observa respirando, solo hay respirar. El pensamiento crea la idea de un yo que hace “cosas”. Pero el ser está más allá de un sujeto-objeto, de un alguien… El ser no se puede limitar. El pensamiento es una composición de significados. Significados que están enmarcados en una palabra. Son símbolos que representan la realidad. Pero la realidad no es el pensamiento. Es más, el pensamiento altera y nos aleja de la realidad. La realidad puede ser presenciada, sin más, en la pura conciencia atenta antes del pensamiento. Ahí se encuentra el espacio de la meditación, en la conciencia sin nombre ni forma, no alterada por un yo separado del
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