El gran hallazgo del espíritu




El gran hallazgo del espíritu

Hubo un día en que el ser humano descubrió el hallazgo más importante de su historia. Aquello que encontró no estaba fuera, en algún lugar perdido, sino dentro de él. Además, por encontrarse dentro también descubrió que eso no era distinto de él en nada. Él era eso. Él era, más allá de toda apariencia, espíritu. Junto a ese hallazgo, inigualable, revelador de su identidad real, comprendió que no sólo se encontraba dentro de él sino en todas las cosas y en todos los seres. El espíritu era la esencia de todo, la razón y vínculo con lo real, con la verdad, con la naturaleza fundamental de la que estamos hechos y que universalmente compartimos.

El gran hallazgo del espíritu trae consigo una estela de amor sin fin. La conciencia de ser, de saber que estamos hechos exactamente igual sin diferencia que todas las cosas del universo, nos traslada hacia un inconmensurable y bello sentimiento de unidad con todo. Nunca estuvimos separados de nada, ni de los otros, ni de los demás, ni del mundo. Tan sólo era una ligera ilusión, un frágil y olvidadizo sueño que nos hizo creer en la idea del ego, de que somos un sujeto separado del mundo y de los otros, un sujeto incluso separado de sí mismo. Por ello, dejar atrás ese sueño es despertar, ver claramente tu naturaleza, tocar la esencia de tu ser y no hallar diferencia alguna con lo que te rodea. Este despertar es inmediato. Sólo necesitas darte cuenta de ello, ahora, en este momento, con todo tu cuerpo y tu ser. Ese sentimiento de consciencia es indescriptible. Esa fuerza de amor, que brota del centro del corazón y posee una energía expansiva sin límite alguno, es el motor de la vida, el germen que nos origina, mantiene y eterniza.

El hallazgo del espíritu, el gran descubrimiento de tu realidad y verdad más íntima, te lleva de regreso a la inocencia y pureza de tu ser, de tu corazón. En el mar, tú eres el mar, eres uno con las olas del océano meciendo tu cuerpo; en las montañas, eres hermano de los árboles y riachuelos y de todos los seres que allí habitan. Tú eres la conciencia, pues es la conciencia, tu capacidad de ser, de ver y observar, de amar y conocer, lo que te permite ser eternamente lo que eres, no apegado a nada, no identificado con nada en concreto, sino generosa, humilde y conscientemente entregado a todo, unido a todo.

Este momento, este presente, que es presencia plena, contiene todos los tiempos y todos los lugares. Tú, aquí, ahora, siempre permaneces contigo en el amor de tu centro presente. Ama pues, sé consciente del amor que hay en ti, en el mundo, y nunca dejarás de sorprenderte ante el infinito caudal de bendiciones que hará de tus días un constante y un siempre nuevo amanecer.

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