La mirada silenciosa
Hay en las cosas un ser tan ellas mismas que las hace únicas y enteras
en su contemplación. Son lo que son y en ello reside lo que tienen de perfecto,
su belleza en continuo equilibrio. Y la belleza, más allá de las cosas en sí,
reside en los ojos que la miran, pues ahí nace la vida al ser contemplada por
la vida. Los ojos que miran con amor llenan de amor todo lo que hay fuera. La
palabra que canta hace del mundo su canción. El silencio llena el abismo de la
soledad cuando es escuchado en compañía del ser. La realidad es plena a través del
silencio puro y amante que la eterniza. Los ojos del mundo nos contemplan a
cada instante y nosotros le devolvemos la mirada, embebidos de mundo y de
canción, porque la vida es un embeberse de ella con solo respirar. Y así,
bebidos de aire, vividos de ser, vaciamos el aliento hacia la eternidad.
La vida se hace una en el corazón que late con ella. Tu compañía más
sagrada es ese corazón que asienta en ti la vida latiendo. Cualquier inquietud
queda liberada entonces, en el lugar en que la quietud es el horizonte de todo
lo que se ve. La paz del silencio, ese cielo que envuelve la vida, permite a
las nubes ir y venir, pero sabiendo ante todo que su naturaleza es ese cielo,
ese silencio, y que las nubes son sólo fenómenos que pasan ante la totalidad y
espaciosidad reposada que da lugar a cualquier manifestación. Ese cielo es el
ser, el espacio de la conciencia, el mundo que es mundo, independientemente de
los fenómenos que lo nombren. Cualquier nombre será siempre un adjetivo en esta
conciencia que de por sí supone lo esencial y que contiene en su esencia todos
los infinitos adjetivos que imaginemos añadir. El sueño imagina adjetivos, la
realidad nombra lo que es. Y ese nombre último, es lo no-dual, aquello que a
nada se contrapone: pues consiste en ser totalidad inclusiva a cada paso que
da. Paso de aparente movimiento, pero que en verdad es un siempre aquietarse en
lo total.
Comentarios