Mundo y manifestación
No ha nacido en la quietud nadie
que presencie. La presencia está ahí, sin saber nada de ese nadie evaporado en
la quietud del ser, o del no ser. No ha nacido el sendero para quien la
búsqueda es el encuentro sin tiempo de sí mismo, bañado por la inocencia del
instante. Esa conciencia que ve, que escucha, que siente la vida, no tiene
nombre. Buscarle una identificación es como poner nombre a la rosa o arrancarla
con nuestras propias manos. El aroma, el leve movimiento que el viento imprime
en la flor, justo en ese segundo en que es observada, permite que el amor sea
sostenido por la belleza espontánea del instante mágico de la presenciación.
Nadie estaba frente a la flor, nadie la tocaba, nadie la quiso guardar para sí.
La belleza brotaba sola, la vida brotaba sola e impregnaba con su aroma la
presencia insólita que es siempre del ahora.
Toda la existencia nace siempre
ahora, en este preciso momento donde la nada y lo absoluto se funden en el
fulgor de su acontecer, en la unidad de la presencia que contiene su perfecto
paisaje de luz. Antes de ser, el ser era por siempre perfecto. Siendo, el ser
es por siempre perfecto. Nada puede restar a la totalidad lo total de su ser.
No-ser y ser se transparentan como esencial flor contenida en instante de luz
total. La magia del ser es la esencia de no-ser que lo eterniza. La magia del
no-ser se manifiesta en la vida, permitiendo la realidad de la presencia
divina. El no-ser se manifiesta a través del ser y la luz amanece en la
conciencia, dejándonos frente al milagro del mundo, frente al destello del amor
y de la indescriptible belleza de su posibilidad eterna, íntima y genuina.
Comentarios