Testigo en la impermanencia
La meditación
me acompaña en todo momento, impregnando mi ser en cada acción y sentimiento.
Es bello el ser consciente, el asentarse en la presencia de testigo, viendo cómo
vienen y van las olas de la vida, aceptando y fluyendo con los movimientos,
abierto y receptivo a esas vibraciones del momento presente, que nos desvelan
la vida y sus misterios, misterios que siguen siendo eso, misterios... y esto es
precisamente lo que no deja de alumbrar la sorpresa de los instantes, el amor
que los contiene. Aparece esa compasión fruto de caminar en la impermanencia,
al quedarse desnudo ante lo que sucede, lo que es único en este instante y
eterno por ello. Sin pasado ni futuro, inocente.
Llega a mí
la reflexión acerca de la inocencia y de su cualidad más esencial: su
liviandad. No soporta ningún peso, camina cristalina, en la incertidumbre
confiada del ser que la va animando. Y vamos dejando que la vida nos lleve...
como testigos, como ojos que siguen una luz fuera que se corresponde al mismo
tiempo con luz dentro, en el corazón. El corazón mueve al alma, y cuando nos
dejamos llevar por él, confiados, como un niño de la mano de su padre, podemos
tener la certeza de que el camino nos reserva melodías y tesoros indescriptibles.
Comentarios
Gracias de nuevo por tanta inspiración que contagia