Amar es ser
Otorgar amor es la naturaleza del ser, al igual que la llama ofrece su calor de forma espontánea, siguiendo el movimiento de su inteligencia original, de su razón y cualidad de ser.
Estrellas de luz y vida son los movimientos del amor, la fuerza de lo verdadero, el poder de lo real.
El alma deslumbra por su claridad profunda cuanto más profunda es la noche, cuanto más nos adentramos en el misterio de nosotros mismos.
El alma deslumbra por su claridad profunda cuanto más profunda es la noche, cuanto más nos adentramos en el misterio de nosotros mismos.
Las puertas se abren, los canales se conectan, las dimensiones se expanden, en la inmensidad de lo viviente, en lo absoluto, en el amor universal que se eleva por infinitudes de amadas fragancias y esencias propias.
El mundo es la esencia de uno, el rostro prójimo es el propio rostro, el sendero nunca transitado es el regreso a casa, la nube oscura anuncia un desvelamiento del sol, tras la soledad.
Una lágrima conduce al latido sentido, un abrazo al sosiego y a la liberación, a la paz y a la hermandad universal.
Somos uno en la oscuridad de la noche y en la claridad del día, en el compás y en los ritmos de la vida siempre late de fondo, en quietud, el ser imperturbable, la verdad sentida y presentida, la intuición y la emoción del amor más allá de los estados cambiantes, en el trasfondo sutil que desvela lo absoluto en su silencio amante, en un romance eterno con los polos del Uno, con el Tao, con el juego cósmico de idénticos contrarios, de complementos espejos, de reflejos enamorados, de colores formando paisajes, formas matizando siluetas de océano, miradas angélicas, nubes con formas de dragones o de dioses ancestrales.
El mundo juega en el país de los sentidos, nos toca con el aire, nos acaricia con la brisa, nos seduce con la fragancia de lo vivo y nos canta con la armonía silenciosa de los grillos y las estrellas crepitantes.
El mundo de la manifestación es el poema del Creador, la sinfonía del Alma eterna, soñando y despertando, creando y creyendo, amando y esperando, gozando y guardando silencio, sagrada soledad, viviendo y muriendo para nacer. Sólo así, lo eterno se hace el verdadero tiempo que habitamos: sin mañana, sin ayer.
Un único instante, siempre ha sido todo un único instante, de infinitos matices en una sola conciencia, eterna y sin nombre, única e impersonal, propia, íntima, y de nadie, tan de nadie como el aire, que es respiración, que es aliento intocable, pero aliento constante, susurrante de amor, de presencia, de incesante quietud entregada al instante.
Amar es entregar, entregar amor, entregar lo que uno es, al ser. Amar es ser. Ser es amar.
El mundo es la esencia de uno, el rostro prójimo es el propio rostro, el sendero nunca transitado es el regreso a casa, la nube oscura anuncia un desvelamiento del sol, tras la soledad.
Una lágrima conduce al latido sentido, un abrazo al sosiego y a la liberación, a la paz y a la hermandad universal.
Somos uno en la oscuridad de la noche y en la claridad del día, en el compás y en los ritmos de la vida siempre late de fondo, en quietud, el ser imperturbable, la verdad sentida y presentida, la intuición y la emoción del amor más allá de los estados cambiantes, en el trasfondo sutil que desvela lo absoluto en su silencio amante, en un romance eterno con los polos del Uno, con el Tao, con el juego cósmico de idénticos contrarios, de complementos espejos, de reflejos enamorados, de colores formando paisajes, formas matizando siluetas de océano, miradas angélicas, nubes con formas de dragones o de dioses ancestrales.
El mundo juega en el país de los sentidos, nos toca con el aire, nos acaricia con la brisa, nos seduce con la fragancia de lo vivo y nos canta con la armonía silenciosa de los grillos y las estrellas crepitantes.
El mundo de la manifestación es el poema del Creador, la sinfonía del Alma eterna, soñando y despertando, creando y creyendo, amando y esperando, gozando y guardando silencio, sagrada soledad, viviendo y muriendo para nacer. Sólo así, lo eterno se hace el verdadero tiempo que habitamos: sin mañana, sin ayer.
Un único instante, siempre ha sido todo un único instante, de infinitos matices en una sola conciencia, eterna y sin nombre, única e impersonal, propia, íntima, y de nadie, tan de nadie como el aire, que es respiración, que es aliento intocable, pero aliento constante, susurrante de amor, de presencia, de incesante quietud entregada al instante.
Amar es entregar, entregar amor, entregar lo que uno es, al ser. Amar es ser. Ser es amar.
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