Meditación, conciencia y pensamiento


No necesitas pensar para respirar, para sentir, para escuchar el agua de la lluvia, para oler una flor, para amar. 
No necesitas pensar para contemplar un atardecer, para pasear por un bosque.
No necesitas pensar para ser, para existir aquí y ahora, para escuchar el silencio que brota en la no mente.

Cuando no hay pensamiento y respiras, no hay alguien que se observa respirando, solo hay respirar. El pensamiento crea la idea de un yo que hace “cosas”. Pero el ser está más allá de un sujeto-objeto, de un alguien… El ser no se puede limitar.

El pensamiento es una composición de significados. Significados que están enmarcados en una palabra. Son símbolos que representan la realidad. Pero la realidad no es el pensamiento. Es más, el pensamiento altera y nos aleja de la realidad. La realidad puede ser presenciada, sin más, en la pura conciencia atenta antes del pensamiento. Ahí se encuentra el espacio de la meditación, en la conciencia sin nombre ni forma, no alterada por un yo separado del resto.

En la meditación no hay separación. No hay separación entre el yo y lo que observa. En la meditación hay contemplación vacía, vacía en el sentido que no está enturbiada ni llenada por nada. Y por eso esa contemplación es clara, pura y cristalina. Sin nombre ni forma. Sin nadie que se le apropie ni nadie que la juzgue o compare con nada. En la meditación no hay mente, hay solo conciencia.

La conciencia no piensa, ella es la que observa con desapego el pensamiento y todo lo demás. No es el yo, sino el testigo del yo. Y el yo se disuelve en la conciencia, en un todo no-dual que emerge y se presencia en el instante eterno.

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