La ligereza del soltar

Nos hemos pasado la vida resistiendo. Resistiendo al dolor, a la pérdida, a la incertidumbre, e incluso a la alegría cuando se siente demasiado inmensa. En el intento de controlar lo incontrolable, hemos tejido una red de tensión que nos atrapa en un estado constante de lucha.


Pero ¿y si la salida no fuera luchar más, sino soltar?

Soltar no es renunciar. Es confiar. Es dejar de empujar contra la corriente y flotar en la dirección de lo real. Es permitir que las emociones surjan como olas, sin juzgarlas, sin reprimirlas, sin aferrarnos. Cuando soltamos, no estamos perdiendo nada. Estamos volviendo al espacio interno donde nada falta.

La verdadera transformación no se logra por el esfuerzo del ego, sino por su rendición. Es en la entrega donde emerge la ligereza. Como el globo que asciende al dejar caer lastre, así el alma se eleva al dejar ir sus cargas invisibles: la culpa, la ira, el miedo, la necesidad de tener razón.

No se trata de cambiar el mundo, sino la forma en que lo habitamos. Soltar es recordar que ya somos libres —y que la paz que anhelamos no está en el futuro, sino justo aquí, ahora mismo, detrás de cada suspiro consciente.

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