Testigo de la conciencia

El testigo no interviene, simplemente observa. No elige lo que observa, sino que es en lo que acontece. Él no se mueve, permanece continuamente en la quietud pura y aunque los fenómenos se muevan en torno a él, nada perturba su quietud, su estática vigilancia. Con todo parece moverse, en conmovedor éxtasis, pero siempre desde su centro inconmovible. Realmente parece actuar, pero sin perturbarse, sin que el acto modifique su calma intrínseca, la cual va ligada a su esencia. Su conciencia da luz a todas las cosas y así nunca se deslumbra, pues esa luz parte de él (de su ser) y la oscuridad se borra a su paso, sin poder tocarle. Él es el gran testigo, el faro que alumbra a la conciencia.

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