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Mostrando entradas de marzo, 2011

La verdad es siempre ahora

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En la búsqueda espiritual suele presentarse la gran dualidad entre el yo-ego (o inferior) y el yo-real (o superior). Es decir, la individualidad cuerpo-mente por un lado y el Espíritu o Dios por el otro: esa esencia impersonal que somos. No obstante, tal dualidad invita a ser trascendida, dándonos cuenta de que todo es un juego de lenguaje, de conceptos. Da igual cómo llamemos a las cosas, porque las cosas están ahí, el problema surge cuando olvidamos las cosas y nos aferramos al nombre que le dimos. Su fragancia ya no está, su realidad manifiesta se pierde, convertimos lo esencial en una pieza yerta de museo. La vida es actualidad constante, manifestación espontánea y, por ello, aquello que somos no puede ponerse en un lugar aparte, disecado y etiquetado, sino que ha de ser albergado a cada momento. Entonces somos verdaderamente libres, porque vamos de la mano con la vida, con la llama del ahora: aquella que brilla en el latir del instante eterno que a cada segundo se revela. La

¿Quién soy yo?

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“¿Quién soy yo?” Cada vez que hacemos esta pregunta conectamos con nosotros. Llegar a este conocimiento último, a la respuesta, no requiere de tiempo ni de espacio, no hace falta ir a ningún lugar en concreto ni tampoco pasar por un largo proceso de días, meses o incluso años de aprendizaje. La maravillosa esencia del Ser es que está todo el tiempo contigo, que te acompaña y vive en ti a cada instante, a cada paso que das. Ese ser que buscamos, esa verdad que indagamos para liberarnos de nuestro dolor, preocupaciones y limitaciones, está dentro de nosotros, está más cerca de nosotros que nosotros mismos. Y es, por esta razón, algo exclusivamente vivencial. Cuando hacemos esa pregunta: “¿Quién soy yo?”, puede que la mente, siempre dispuesta a crear y resolver problemas, a recoger ideas, palabras, identidades… quiera responder, pero la mente aparece a ese mismo ser que ya lo es todo, como una ola aparece en el inmenso océano y no por ello esa ola es el océano. La entrada al ser

Meditando la realidad

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En la meditación (allí donde hay atención profunda) asoma la clara conciencia de presencia, en la que el observador es lo observado, testigo de todo cuanto sucede. La presencia está donde ha de estar y encuentra sin buscar, ya que es la realidad misma la que está ocurriendo, la que es hallazgo a cada momento, en un espacio donde no hay foco sino totalidad. La respiración es un puente entre la mente y la conciencia, nos enraíza con la vida, retirando el anclaje del ego y de los procesos mentales que empañan la visión interior; una visión que por naturaleza es imperturbable y se sitúa en continuo descubrimiento del Sí mismo. Profundizando aún más, vemos que la continuidad del conocimiento interior es otra ilusión, pues el proceso de tiempo desaparece al liberar al ego de sus identificaciones y anhelos cotidianos. Entonces entramos en la verdad directa del ahora, aquella que allá donde vayamos siempre nos conduce al ser, a la experiencia de lo real en ti, en todo lo que observas, en este

Dios es amor

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El amor nos lleva hacia nosotros mismos, es la fuente de nuestro corazón y de nuestro ser, en él está todo, todo aquello que somos, todo aquello que vive en la conciencia nuestra. Somos algo que trasciende formas, nombres, tiempo, espacio... Nuestro corazón es una partícula de lo infinito y a su vez es todo lo infinito, pues ni siquiera lo infinito puede dividirse, ni siquiera una partícula es menos que su todo. Ahí dentro, en nosotros, en la conciencia, está contenido el universo. Dios está ahí, en el ser que late interiormente, al que estamos conectados, unidos, en comunión con una misma dimensión total y eterna. En conexión con Él, el amor y la paz brillan como la luz del sol. Nosotros somos esa luz que ilumina el mundo: la vida, la luz del amor. Ama tu vida, ama lo que eres y el mundo en que vives ahora, todo eso es Dios, y entonces, allí donde pongas tu amor nunca habrá error, siempre estarás viéndolo a Él, amándolo a Él, amándote a Ti. Texto en vídeo leído por el autor, con m

No-mente

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En el silencio, en la claridad del no-pensar, la mente está ausente, y con ella todas esas ideas insistentes de posesión y egoicidad. Ahí ves que todo es una ilusión. Ahí comprendes que aquello que eres trasciende todos los fenómenos que buscan atrapar lo inaprensible, tu esencia propia, ya que es imposible llenar lo completo si no hay objeto alguno que llenar. Lo completo está siempre lleno, y para reconocerlo, para ser eso completo, lo único que hay que hacer es dejar de buscarlo, de intentar conquistarlo y de rellenarlo vanamente. Este hacer inclusive, es otra ilusión, pues dejar de buscar equivale a dejar de hacer, a no implicar a un ego que creemos ser para llevar algo a cabo. Así, desposeído de todo intento de posesión, libre y vacío, eres conquistado por la verdad, cuando la maleza queda despejada y miras directamente, sin medios, ni fines, ni expectativas, ni proyecciones, ni identificaciones, a la gracia que reside en este momento presente, sólo aquí, ahora y siempre. Más allá

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