En la quietud se oye el amor, su sonido es aroma invisible, fragancia de la verdad sentida por el alma, acariciada por la sutil intuición del espíritu. En la quietud, el silencio florece animando interiores paisajes de calma, belleza y armonía infinitas. Se toca lo intangible, se besa la luz serena del alma y se funde el sentir en un abrazo místico con el todo. En la quietud amanece un movimiento eterno de dicha volviendo a su fuente, al amor. Y la luz del ser nos eclipsa en la vastedad de esa felicidad que no pertenece al tiempo ni al cambio, sino a nuestra verdadera esencia, siempre presente y misteriosa, apareciendo como una suave brisa que nos recuerda que nunca dejamos de ser lo que somos: pura luz de amor creativo y consciente.