Meditar en el no-hacer

Habitualmente vivimos en el hacer y ese hacer no tiene fin, y parece quedar muy lejos un espacio interior que encuentre plenitud, satisfacción y realización. Podemos preguntarnos si existe un lugar en nosotros donde pueda resplandecer una quietud natural, una quietud espontánea, que sea fácil de llegar a ella. La respuesta es que sí, que ese lugar en nosotros existe. Hemos de sentir que esa quietud natural existe, aunque apenas la percibamos. 

Podemos visualizarnos de alguna manera en ese estado idílico, libres de los pensamientos habituales, de esa marea de distracciones, juicios y elucubraciones que a menudo perturban nuestra mente y nuestra paz. Y al visualizar ese estado de paz en cierto modo empezamos a intuirlo, a sentir su presencia, nos empezamos a aproximar a esa gozosa paz que en el fondo tanto anhelamos, aunque parezca que estamos muy lejos de ella. Y así, podemos empezar a saborear, simplemente, nuestra respiración natural, dejando de lado, aunque sea unos segundos, los pensamientos recurrentes. 

Hemos de creer que somos libres y que podemos regresar a nuestra respiración y a este momento presente cada vez que lo perdamos. Poco a poco vamos conquistando el territorio perdido de nosotros mismos, donde el sentir disuelve el pensar. Al sentir tu respiración te sientes a ti mismo, desde un horizonte nuevo, que te invita a un vacío abierto de presencia. 

La meditación no se puede forzar, ella misma te seduce, ella misma llega a ti cuando te atreves a mirarla de frente. Se trata de aprender a mirar lo invisible. Se trata de restar importancia a los objetos mentales para instalarte en un lugar anterior a ellos, libre de todo concepto, desde un mirada inocente y silenciosa. 

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