Amor universal

Vivir integrado en la unidad significa no hallar diferencia alguna entre lo tuyo o lo mío, verlo todo en el mismo plano, fundidos con todo lo que suceda, formando parte de la cosa en sí, sea cual sea el foco observado. Hay observación real en el instante único que vive unificado en la conciencia eterna. La experiencia de lo místico, de esta unión con el Todo, puede ser sentida, acaso simbolizada. Puede no hablarse de ella, incluso conociéndola, porque por mucho que digamos de ella siempre será poco. En este aspecto, la frase de Wittgenstein que nos invita a callar ante lo que no se puede hablar es muy sabia. Pero al menos, se puede corroborar, como tantos místicos han hecho, su existencia, a través de su mirada de paz y amor, de sus silencios, de su suave hablar vacío de ego y profundamente generoso. La ofrenda de amor hacia el otro supone entregar una verdad mística, llena de belleza, de realidad con sentido.

Ser todo amor, renacer siempre en esa conciencia. Darlo todo por el sólo hecho de dar, sin condición de reciprocidad alguna. Llenarnos el corazón al entregarlo. Esa es la verdadera palabra del sabio. No decir la verdad con teorías, sino vivificarla, siendo su acción, su movimiento de virtud el baño purificador. Siendo su ser mismo la verdad rebosando. Amanece el camino de quien se encuentra a un ser así, o comprende esa verdad en sí mismo. Porque esa verdad está presente en todos, universal como la vida, única y total como toda esencia, gen de todo lo creado. No se puede olvidar lo que el corazón memoriza como pulso de sentido, como ritmo de existencia motivada. La verdad del amor nos ama más que a nada en el mundo, porque siempre corresponde, responde con creces, infinita, auténtica. Sólo hay que sentir la llamada del amor para comprender que somos eso, que formamos parte de ello; y, por tanto, siempre podemos experimentarlo, regalarlo, recogerlo.

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